lunes, diciembre 15

Vicente

I (De indefinidas aún)

Sonó la alarma y de pie se puso raudamente como si estuviera en un regimiento. Su cuerpo estaba inmóvil y su cabeza inclinada hacia delante, sus ojos semiabiertos y constreñidos, sus cejas hacia arriba y su boca abriéndose en un bostezo absorbente. Semi-miró a su alrededor y cual hombre cayendo de un puente se metió bajo frazadas, sueños, oscuridad. Al cabo de quince minutos se movió refunfuñando, estiró el brazo para tomar el reloj, con esfuerzo abrió los ojos y ,al ver la hora, sus párpados saltaron a sus parapetos.

-¡ Me quedé dormido!, dijo.

Se levantó definitivamente este vez, al menos hasta la noche más cercana. Se puso el pantalón gris, camisa y zapatos negros. Fue a la cocina, tomó un trozo de queque y lo lanzó a su boca casi completamente. Mientras masticaba fue corriendo a su pieza para ponerse el abrigo negro, tomar el bolso y tragar.

Corriendo salió de su hogar para llegar a la incisión más cercana. Una vez dentro Vicente posaba sus agudos sentidos en todo cuanto veía cual águila que busca su presa para llevarla en sus garras. Un placer.

Estar de pie en medio del espeso vaho alimentado por átomos de hombre y sus derivados, le crean a uno una burbuja en donde se puede ser desde un director de orquesta excéntrico a un asesino desquiciado famélico, desde un dragón de Komodo imponente hasta un mandril insolente.

Esto es realmente arduo. Porque primero hay que luchar continuamente contra lo que detestamos y,luego, uno tiene que alejarse volando de un lugar a otro para estar ,en el mismo lugar del que se parte, de pie y con los ojos abiertos para que sólo digan: permiso, disculpa. ¿Qué acaso no saben decir otra cosa las sardinas intestinales?

Lleno de incisiones, por donde entra y sale cualquier cosa so fin de llegar al punto deseado, es el intestino de un ser sometido a comer en exceso.

De preferencia el porcino privilegia las sardinas en su dieta ¿Quiere traerle más? ¡Ni se le ocurra! Pero es necesario... Así que traiga eso o mejor aún si quiere cooperar le aconsejo algo de mejor calidad, es menester la salud general.

Pese a todo, no podía ser tan duro con el lugar que frecuentaba menesterosamente cada día, ni menos podía ser un mal agradecido con aquello que me era de utilidad. Entonces, a fuerza de costumbre, terminé por conformarme , pese a tener convicción de que aquello podía ser superado. Así surgió en mi buscar un modo de entretenerme, interés común en muchas personas , con las cuales incluso llegábamos a competir.

El más jugado consiste en coordinar movimientos precisos y excelsos con cada musculo del cuerpo, debemos ser muy cuidadosos en ellos, pues un error puede ser fatal. Se requiere de mucha paciencia para emprender tal acción, seleccionar un objetivo, analizarlo, ver sus debilidades, buscar lo más feo de él, reír entre dientes, mientras se busca algún apodo para dejar constancia de él en la bitácora de pobres diablos. Luego, moverse como un reptil, como una serpiente reptando sigilosa a la presa. Moverse como un gato por tejados en busca de un ave insignificante o una rata para divertirse. Y, finalmente... embestir atropellar correr golpear empujar aplastar pisar indistintamente contra todos ¡Apabullar! sin siquiera darse el tiempo para pensar, porque el que piensa pierde y es dado de baja por los carroñeros.

-¡Esto parece zoológico! – dijo en voz alta-
Y a veces un circo... ¡Deje de mirar mis pechos!
No era mi intención mirarla, usted se interpuso en mi campo visual, disculpe¿ Cuál es su nombre?
Constanza. Permiso, debo emerger a tierra. Adiós.
Adiós.

De no haberla mirado con creatividad, podría haber seguido conversando con ella. Se veía una mujer interesante . Uhm.. La mala interpretación de esa mujer me hace imaginar la buena interpretación que hubiese realizado de esta misma situación, pero, con la diferencia, de que en mi lugar estuviese un amigo mio que tiene por recreación una actividad de la cuál ya se ha hecho un manifiesto al que han adherido frenéticamente otros hombres...últimamente todo es motivo de hacer un manifiesto, incluso lo más retorcido. Aunque he visto manifiestos peores que estos que llevan a la degeneración total y no parcial, no sólo en sentido sexual sino que en sentido intelectual, humano. Así reza dicha exhortación a los hombres: Localizar bellas mujeres, mirarles toda la piel que dejen ver – algunas son muy generosas, atentas y esmeradas en aquello-, imaginar con lo visto malsanas acciones hasta el punto en que advierten que nuestros ojos se introducen cual perro sediento dentro de su ropa, previa espiral en el cuello, partiendo por el escote y terminando en los muslos.

Mientras pensaba eso y reía para sí, maquinalmente – como muchos viven- salió de la cavidad. Una vez fuera , sus pasos lentamente guiaron al goce soberano de los días de lluvia, una travesura so inocente, so malvada, que molestaba a los graves señores y a las preocupadas madres por sus hijos herejes de vivir: mojarse.

Allá ellos con sus sermones de enfermedad, al menos yo estoy en la viril juventud y puedo permitirme vivir, puedo permitirme aquello que es un riesgo, aquello que me divierte, aquello que me hace un intenso ser viviente. Detesto esta comodidad que se ha estado imponiendo últimamente , la detesto porque dejamos de ser hombres, animales e incluso nos alejamos de ser más que hombres. Muchos sujetos por motivo de esto parecen verdaderos objetos, fardos de miedo, esquivos del dolor, esquivos de la vida ¡Así no aprenderán nada!. Estamos a la deriva tecnológica, a la deriva de nuestras capacidades ,que otrora tuvimos, que otrora usamos. No significa que tengamos que sacarnos la ropa y aparearnos públicamente como perros. Tampoco significa que tengamos que vivir enfermos porque a un “jovencito” se le ocurrió que tenemos que ser más intensos, que tenemos que vivir fuera del reino de los cielos- teñidos de gris -del Dios -Hombre- poderoso de la revolución industrial. Sólo significa que tenemos que ser más hombres y menos hombres. Tenemos que cabalgar nubes y no ser cabalgados por ellas, no tenemos que ser entrañas de tierra.

Al compás de las gotas salpicando en sus zapatos, su cabello y su ropa tarareaba el compás. La danza de las gotas, comienza el ritual del gota a gota con la melodía seca que llega a mis oídos, seca por su naturaleza acuosa: La masacre de las gotas, como tambores tocados por negras manos en medio del África subsahariana. Las gotas saltaban de las nubes a la tierra, sin miedo a equivocarse, que admirable son esas kamikazes.

Miraba con ojos proféticos a las nubes mientras mascullaba un canto ritual al cielo, pidiendo para que siguiera lloviendo, maldiciendo a las nubes con grandilocuencia para que llevaran a cabo sus designios sombríos de sepultar – o devolver- a los cerdos en lo más profundo del fango con el que han enturbiado sus aguas límpidas y han erosionado sus fértiles tierras.

Caminaba y lo miraban, pues estaba sin paraguas, caminaba y lo miraban, se sentó en una banca, blanco de la gota que venía descendiendo del cielo velozmente y que en la trayectoria decide un final más digno que estrellarse con el soporte del trasero de la ciudad, decide el ojo de Vicente que reclinaba su espalda en la banca.

Sentado bendecía la lluvia que le era dada, mientras aprovechaba para mirar a la gente que pasaba y lo miraba, cual pez fuera del mar viviendo. Pasó uno de esos hombres y mujeres que abundan, ofreciendo la voluntad que les restaba en la vida a algún buen postor, a algún generoso comprador: vendedores de votos. Pasó un anunciador de la muerte. Pasó la muerte justo en la calle de enfrente, justo en un vendedor de votos que acababa de vender los últimos que le quedaban y estaba feliz de aquello, pues no tendría que elegir nuevamente, ya que elegirían por él. Paso un hombre con su mujer diciendo:

-¡Qué mal negocio!¡Qué mal negocio, Marta!
-Te dije que no compres voluntades de hombres que ni para comer tienen. Por que son los que mueren antes.
-Ni lo digas. Deberían inventar algo que nos solucione todo este asunto de los votos.

Tras de ellos se acercaba lentamente un individuo de aspecto porcino que ralentizó su paso. Al verme, escrutaba mi aspecto; al acercarse, fruncía el ceño; al reconocerme, levantaba su mano; al yo mirarlo, se aproximaba el más cercano señor del Estado y yo a correr.

Corrí, pues aún no era el momento; debía guardarme para uno mejor. Ay, últimamente ha resultado tan complicado nuestro asunto. Es muy difícil reunirse, sin contar que ya muchos desertaron, algunos porque les faltó la pasión necesaria para mantenerse flamantes, a otros porque no pudieron resistir, otros por que murieron existiendo y a otros porque les falto el amor a...
En fin, pienso que será conveniente hacer una junta a nuestro estilo, esas que el país silenciosamente pide y necesita, pero nadie se atreve siquiera a querer por culpa de los cerdos.

Hubo ya dejado de comportarse como un niño con la lluvia y mecánicamente llegó a su casa mientras seguía recordando esas reuniones en que se ponía en la mesa el mundo, mientras se tomaba un té sabor ideas y se discutía para la mesa.

Abrió el portón de madera deteriorada, pero aún imponente, entró, lo cerró, y avanzó pausadamente, notando que ya habían de esas flores aromáticas que tanto le gustaban, entremedio de las enredaderas que escalaban los muros y las columnas, que intentaban ser griegas, en el semicirculo donde tenía una vieja y modesta fuente de agua donde solía refrescar su rostro. Un olor a tierra, producto de la lluvia, emergía y se mezclaba con el intenso aroma a jazmín que invitaba a Vicente a quedarse fuera un momento más a compartir con la lluvia y los pétalos.

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