A los monos de circo ,que se encuentran gran parte de su vida encerrados en jaulas, cuando se les intenta poner en contacto con el vasto mundo, temen y, en consecuencia, se esconden en su poco espacio. De igual modo, algunos evolucionados y, por tanto, superiores descendientes de ellos, hacen lo mismo; cuando se les abre la puerta para presentarles el inmenso firmamento, luego de haber estado durante un lapso de su existencia en jaulas, de diversos tamaños y formas, a saber, cuencas, cascos, eventos, casas o lo que usted haya visto, que se asemeje a lo mencionado, sienten miedo y, entonces, entre lloriqueos o ataques de ira, corren a refugiarse en su pequeñez, desde donde suelen mirar con recelo a su redentor, a quien sólo los pretende liberar.
miércoles, septiembre 24
lunes, septiembre 22
Trasnoche Dieciochezco
El sol despuntaba a través de las pesadas navajas del cielo, mientras unos entusiastas rayos áureos muy veloces fueron a su habitación. Al ir llegando, el fulgor dorado, fue a estrellarse contra el esmalte gris de la estancia, que lo avasalló, como antaño lo abrazó. Cayeron girando encorvados, desteñidos y desahuciados; al suelo en espasmos.
Y aún era de noche para el de sombra fría y cuerpo exánime que se tendía sobre el reposado colchón. Intentó moverse, dar tres pasos. Falseó una sonrisa ante la amargura y la amargura no le falseó una ilusión. Mientras rayaba círculos con los pies, versaba sobre lo mismo: imágenes que taciturno miraba y desquiciado botaba; un constante vaivén. Recuerdos en mente del día anterior se agolpaban en sus ojos, lo penetraban hasta el fondo y lo hacían caer. No puede ser, pensó él. Es inevitable, actuó él. Fue por un té para reponerse e intentar abandonar la larga y cada vez más gris jornada . ¡Campanazo!
¿Por qué? Se interrogaba en tono inquisidor. ¿Por qué? Repetía sin obtener respuestas ( El té no hacia milagros ). Un sueño funesto vivía aquel. Un sueño funesto precedido de un histórico sueño gozoso. Dónde, dónde, dónde y ¿Por qué?... Ya nada se sabe y el bombardeo externo contra la luz interna ,antagónica de la ignorancia, ha vencido. Y la carne inerte del hombre es presionada cada vez más contra la espalda de otro, exprimiendo la vida y encasillando el alma en una caja diminuta, llamada cuerpo. Y un hombre encima de otro y a los lados y al frente. Así hasta llenar la apretujada galería , donde ,incluso, por efecto de la presión, salta tibia sangre; la cómoda platea y el dominante palco condenado. Algunos mirando complacidos a los falaces y malos actores, otros mirando decepcionados y otros queriendo actuar.
Dolor, lágrimas, hielo y acero; ¡Qué crudo invierno! Jadeante corazón y un andar de estertor. ¿Por qué? ... ¡BAM! –Inundante timbal- Explotó en su mente ¡BAM! – Penetrantes bronces-... Están llegando al alma. ¡BAM! – Tremolo en cuerda grave- Todo ha acabado, el sentido se ha perdido en la tumba de recuerdos donde reposa la gloria y el portento. ¡BAM! – Cañonazo al castillo en el aire de cristal - Se paró el sujeto, dejó la taza , un pesado aire lo arrastró y, gritando ¡Yahoo! al Señor, se deslizó por la aparentemente ascendente escalera dieciochesca, creyendo que subía. Y el oscuro ambiente le hizo palpar la realidad, pero no tuvo tiempo del bien actuar. Su rostro volvió a erosionarse con las lágrimas y sus manos a destruir aquello cercano con ambivalencia; entre odio y amor; entre dolor y placer. Cayó.
Cae y no para de caer. Cae y abajo creó un lago. Tocó agua y se comenzó a hundir, en tanto su corazón era apretado con una mano letal, empero, amorosa, con tal presión que perdía fuerza, ganaba lágrimas y se le iba la vida. Lento estertor de muerte se sintió y tocó fondo, tres veces tocó fondo. Del pesado aire intentaba alejarse y moverse ¡oh, cuánto pesaba sobre él! Dio tres pasos, volteó para mirar atrás y una fuerza atraía la sal de sus ojos estridentes, sus rodillas gastadas al suelo y sus manos agrietadas al pecho.
Una hoja fresca caía de lo alto, se arrugaba en el camino y el viento la destruía. Al suelo sólo llegaban trozos del destrozo que el viento realizó a la suicida hoja; Y así mil hojas y así cien ramas ¡Y un árbol!. La tierra se tiño de espeso rojo y los ojos del hombre cual lanzas fueron clavadas inevitablemente al lago detrás de su paso con arraigo devoto.
Una argenta luz, salida de una antigua caja, bajaba despacio por el precipicio, acariciantemente bajaba con su iluminadora marcha redentora. Llegó al hombre, a su árbol, su lago y su suelo. Y fulgurante penetró el rayo, sitiando la horrenda imagen del destrozado hombre del funesto destino, que pasaba inadvertido. Ahora, sólo un impuro y opaco metal se veía brillar, desde el alto cielo, en el bajo mundo.